De generación en generación de mujeres que bailan y sufren por amor. Danza Africana, Flamenco, Pina Bausch, ballet acuatico, Ballet Rousses, danza clásica. Amores en danza cuenta historias en prosa, viñetas, y esquelas.


Edición limitada de Amores en Danza, Mala Praxis Ediciones mini libro de artista con viñetas.
Libro de bolsillo, relatos abreviados parte de un proyecto de novela gráfica extendida de pronta aparición.Hasta diciembre compra directa a los artistas, en la costa a Muriel Frega, en Capital a Javier Confuso, $ 150 encuadernacion artesanal, tapa rígida entelada. Historias de generaciones de bailarinas que sufren por amor. Ilustró Muriel Frega- Textos Javier Barrera
http://murielfrega.blogspot.com.ar/
http://www.murielfrega.com.ar/
BrujCap5.jpgLibr.jpg



¿Para qué correr bajo una lluvia en los monzones?, igual te vas a mojar, son breves, y hasta apaciguan el calor infernal.

Vuelvo de una noche de bares en la playa, apabullante, demasiada información visual y huyendo de reuniones de turistas borrachos.

Me separan solamente cuatro cuadras desde el mar hasta el lugar donde duermo. Pero me pierdo entre subidas, bajadas, callejones secretos y ofertas de thai massage; esto último, inevitable. Sé que me tardaré al menos treinta minutos. Lo tomo con calma. Cuando llego, empapado, el cuarto está vacío; aún es temprano, el resto de los «rooms mates»continuarán en alguna fiesta.

Bajo las escaleras y me quedo sentado en un peldaño a el resguardo de la lluvia, ya no es tan intensa, enciendo un cigarrillo.

En frente hay un local de luz roja, el resto es oscuridad. Se acerca una figura que no consigo distinguir.  El tono y la actitud, lo dicen todo.»Thai Massage?», pregunta. Me disculpo, le explico que simplemente estoy fumando el último cigarro, ya voy a dormir, automáticamente ella también me pide perdón (tiene prohibido ofrecer sus servicios en mi hotel) «por favor, me pide no cuentes a la recepción que ofrecí mis servicios». Le respondo que no se preocupe; me presento y ella toma coraje “me llamo Chang”, un poco más calmada, le doy la mano y alcanzo a distinguir su cara, es de cuerpo pequeño, pero a mi parecer debe de tener al menos cuarenta y cinco años, le cuento que soy de Argentina, ella asiste con la cabeza, “cerca de Italia”, pregunta. Dibujo en el barro un mapa y señalo donde queda aquel lugar, percibo que no tiene nociones de la distancia que nos separa.

Me cuenta que nació en Vietnam. Me cuenta como llegó hasta ahí, pero no estoy seguro de comprender del todo ¿Raptada, vendida?  Dice que se fué a los nueve años de su casa, habla de un peregrinaje por diferentes ciudades- A su tierra no quiere volver. Ojos hinchados de trasnoche y pasado.

Luego se entusiasma al ver el amuleto que tengo colgado en mi pecho, se trata de una representación del buda con los ojos tapados, una imagen que desde llegué a este país no dejó de inquietarme, cuando lo encontré en un templo en Chiang Rai, no dudé en comprarlo. Ella también practica el budismo, en estas islas donde ésto no es común, de influencia taoista.

Algo de esta religión no deja de asombrarme, mendigos, ricos, putas, trasgéneros, comerciantes ricos, casi todos, abrazan esa filosofía y a los ojos de los monjes son todos iguales, reparten «bendiciones» en los templos con equidad.

Hablamos del colgante, que al parecer además de su significado tiene cierto valor monetario, “te alejarás de los placeres que muestran tus ojos” pregunta, o algo por el estilo. Le respondo que no lo sé. Luego cambia de tema, me agradece por tratarla por respeto, «Muchos “extranjeros”, en mis masajes, me golpean y jamás preguntan mi nombre». «Tengo una hija, ella está en la ciudad, con una prima, le envío dinero, aún es pequeña, va a una escuela» me cuenta con orgullo. Es por eso qué tan tarde estás trabajando?: mi desubicada pregunta, “no sé hacer otra cosa” me responde » ya estoy vieja, casi treinta», agrega, pero soy buena haciendo masajes, “de los de verdad”, me dice “mañana te ofrezco uno, no voy a cobrarte, no sexual”, pocos hombres me honran con una conversación y me escuchan. Al día siguiente por la mañana parto hacia Bangkok,  a retomar mi viaje, pero no se lo digo, prometo que iré. La saludo, le beso la mano, y me inclino hacia ella en actitud de respeto. Ella deja caer una lágrima, en un rostro inmutable.blade


Relato de ruta

24Dic15

Un viaje mas

Rumbo a Chumphon, la temperatura que te envuelve es siempre la misma, una mezcla de baño turco y cama solar. El avión tiene pintando un pico de ave en la punta de la cabina del piloto, el tamaño es un poco más grande que un bus de línea.  Por estos lados, se accede caminando hasta la escalera del avión. Miro las hélices y pienso si llegaré a destino.

Luego de volar entre pozos de aire y a muy baja altura, me encuentro a media noche en un aeropuerto en el medio de la selva tropical, ventanillas cerradas, último vuelo que llega a la ciudad. Pregunto ingenuamente si puedo caminar hasta el centro de la ciudad, los empleados ríen se miran entre ellos y los ojos quedan como dos líneas finas. Pregunto por un remis, taxi?, se vuelven a reír, ya no hay nadie en el aeropuerto, en unos minutos se cerraran las puertas. Veo una camioneta en la puerta, pregunto dónde va, me responden que al hotel X, y es exclusivo para los huéspedes, rápidamente y con una sonrisa en mis labios respondo, justamente es al hotel que voy! La ciudad quedaba a mas de 20 Km del aeropuerto, selva de por medio.

En la recepción pregunto por un cuarto, acto seguido un  muchachito me lleva por un laberinto de escaleras, preguntándome si quiero un cuarto con calor o sin calor…sin palabras. Farfullé  room, not hot, quiet, cheap, please, two nigth.

Finalmente me ubican en un cuarto con un balconcito, y baño que da a un callejón donde las mujeres se ganan la vida nocturna, duermo.

Despierto luego del mediodía, camino por las calles polvorientas en busca de comida, empiezo a ver hombres vestidos de blanco y descalzos. Corriendo por una calle hacia una dirección, comienzo a seguirlos. Se organizan en una marcha, y los sigo desde la vereda, veo que algunos de ellos se auto latigan las espaldas, sangran y las camisetas blancas se tiñen. Cada tanto hay unos hombres gordos que azotan a quienes no poseen la herramienta adecuada, todos se dirigen a un gimnasio a algo parecido, a esta altura ya entendí que no es un congreso de artes marciales, pero aguardo afuera. Aparecen unas camionetas que en sus cajas llevan unas mujeres entronadas en sillones ornamentados maquilladas, solemnes, silenciosas, ni dignas ni amedrentadas, estatuas de carne entre hombres mancillados. No me atrevo a ingresar al gimnasio, (hoy no me apetece auto flagelarme), me conformo con comer unas brochettes de hongos blancos y delgados, picantes y a la vez suaves. Vuelvo al hotel, preguntándome  si mis improvisaciones turísticas son las correctas. Pido un trago Sex-Thai, tiene jengibre, no distingo el resto de los ingredientes, pero adormece. Sexo solo en mis sueños.ashurablood1


 

Performance realizada en el año 2012 «Identidad»  www.javierbarreraarte.wordpress.com pic sangreletr sangre-pote sangre escri sangrelertr SdTymjYdrBktqzYBJkDE_y-dBtl4JTkF8rkTVzoRJx4

 


http://www.concursodecomic.com.ar/ganadores.html

 

Felizmente hemos salido ganadores con la dibujante Muriel Frega

Pueden visualizar parte del trabajo aquí…

1001077_10201486842234302_491811950_n

 


Polichinella

23Ene13

Imagen

Polichinella

Irónicamente, creció en una casona llena de sirvientes. Niño gordito y caprichoso, cada grito suyo era respondido por el abrazo de  obesas mujeres vestidas con puntillas y volados.

Sus primeros zapatos de raso, fueron directamente a chapotear en el barro de la huerta.

Cuando nadie lo veía, entraba en el granero y ataba las piernas de los animales entre sí.

Cuando el padre lo interrogaba, no dudaba en señalar a los niños de las criadas, “¡son brutos, son pobres!” exclamaba, y sonreía.

El alcalde era su padrino, y fue él también quien le regaló el caballo blanco. El niño crecía con semblante pálido y gesto caprichoso, que conservó al llegar a la juventud.

Las hijas de los nobles lo deseaban,  él les prometía anillos brillantes mientras les bajaba las bragas en el bosque.

Su primo envió al puerto desde Francia una vasija del mismo coñac que bebían los reyes. Cabalgó la noche entera bajo la tormenta hasta que el animal cayó muerto. Polichinella, lo pateó con odio, fue en busca de su botella. Bebió con marineros hasta el amanecer. Hubo una muerte pero nadie se atrevió a denunciarlo. Encontraron a un grumete ahogado. En su estómago había cuarenta anzuelos oxidados.

Una tarde el padre volvió de uno de sus viajes, trayendo en una jaula de plata, dos pavos reales blancos.

El joven Polichinella volvió de caza cuando oscurecía, no dudó en atravesarlos con la ballesta, pidió a sus sirvientas que se los sirvieran para la cena, encebollados y fritos.

Esa noche sus padres no bajaron al salón, lloraron abrazados sentados en la cama.

Nadie pensó que una fiesta podía terminar con una casa reducida a cenizas. A ningún ser en este mundo se le ocurriría que su cara podría quedar desfigurada para siempre. Y que jamás volvería a mostrar su rostro. Pero así fueron las primeras horas luego del incendio.

Polichinella organizó una fiesta en el estudio de su padre, mejor dicho, una orgía. Todos debían llevar una máscara, el sexo y el castigo serían soportados sin saber quién era el que lo infringía.

Sus padres dormían en el tercer piso, ignorando el opio, la absenta  y los cuerpos lubricados de sudor. Las velas proyectaban sombras gimientes, alguna mujer  pateó un candelabro, la casa ardió rápidamente. Corrieron fuera de la casa y se sentaron en el pasto para admirar el fuego.

El joven no sintió el ardor de su cara que sangraba ampollada. EL fuego consumió sus bienes, su familia, su pasado.

Cuando todo pasó, encargó una máscara de madera, llenó un saco de copas de plata, pan y vino, y comenzó a caminar hacia el sur.

Aquellos que lo veían pasar, veían a un hombre enmascarado que, a cada paso que daba su cuerpo, se doblaba como un junco en la corriente de un río.

Un día dormía en una vieja abadía,  le quedaban un trago de vino y el cansancio, una mezcla de dolor de pies enrojecidos y algo de  llanto contenido. Tuvo un sueño donde una mujer de cabello largo lo acompañaba  hasta una cueva, le decía: “Culpable eres de tu destino, cavaste tu  propia tumba, así también cavarás tu agujero”.

Con las uñas en el piso de la cabaña, escarbó en el sueño hasta que le sangraron las puntas de los dedos, pero no se quejaba, no decía ni una palabra. Después, la mujer con una seña le indicó que se acueste en el pozo. Él obedeció. Ella le dijo: “Llora”, y él obedeció.

Lo despertó la tormenta, todavía era medianoche. El frío se colaba en los huesos de Polichinella. Como siempre, guardaría sus lágrimas. Pero bajo sus uñas quebradas había tierra.

Días después, en el camino, unos mendigos le avisaron que en la casa de un nuevo rico tomaban y despedían a sirvientes a diario.

Él pensó en el saco que llevaba a sus espaldas, ya vacío. Imaginó un lecho de paja seco y un plato de comida, y caminó doce días en la nieve hasta la “Casa Burguesa”.

Pantalón lo recibió con aires de importancia, le preguntó si conocía el arte de cantarles a los cerdos para que su carne se tornara blanda y dulce.

Pantalón nunca había tenido sirvientes, improvisaba órdenes absurdas con aires de grandeza.  Polichinella, le dijo que no sabía, pero que conocía el arte de esparcir cenizas de muerto en el río y que éstas formaran caras de espanto. A Pantalón le pareció suficiente y quedó contratado.

Le ofrecieron una cama en el ala norte, frente a las habitaciones de Arlequín y debajo de la de Colombina.

La primera vez que vio a Colombina, una deformada sonrisa bajo la máscara se iluminó.

Cortó la maleza del huerto, rompió siete nueces en la capilla de la Madonna, peinó los caballos y llenó de piedras el bebedero de los pájaros. Órdenes del amo.

Luego, se sentó en el laberinto de estatuas ciegas y miró a Colombina, que sacudía una alfombra en la ventana, sacó un papel  de entre su capa y escribió:

“Te informo, te encasillo, te prometo, te amenazo, te cuido, te destruyo . Ego te absolvo.” Se había enamorado.

El niño se acercó temeroso, atraído por la oscuridad de los ojos que irradiaban misterio. En su infinita inocencia no llegaba a comprender la oscura locura que un humano puede cargar a sus espaldas.

Nadie previno al pequeño, que pedirle a un adulto enmascarado que le cuente un cuento en una tarde de verano no era una buena idea.

“Un cuento-sueño tengo para que escuches”, dijo el enmascarado: “Me visita un esqueleto de casi 3 metros de alto,

Yo, todavía en la cama.

Se acerca, me saluda con un beso, sus labios son de hueso,

pero mi boca los siente de carne.

Le digo: Deja que me ponga ropa. Estoy desnudo, después desayunamos juntos. El esqueleto ríe a carcajadas”.

Polichinella sonríe satisfecho como si hubiera contado su mejor broma.

En la entrepierna del niño se pudo ver una mancha oscura que descendía hacia los tobillos.

La gente de la casa no imaginaba que el enmascarado, en sus sueños, realizaba conjuros contra ellos, con el único fin de liberarse de sus aterradores pensamientos. Una avispa que dosifica en otros parte de su veneno, para que su propia alma no se apague en la amargura.

Arlequín era un ser sin piedad, porque en el corazón de un poeta jamás hay piedad.

Un observador que analiza su entorno, lo despedaza, lo deglute y saborea, hasta entenderlo.

Pero estar frente a Polichinella no le era tan fácil.

Lo observaba con desconfianza cuando volvía del mercado.

Percibía con claridad el deseo de su oponente hacia Colombina, y lo odiaba en silencio, pensando en mil maneras de librarse del enmascarado.

Los amores no correspondidos pueden hundirte en sensaciones de que se asemejan a pequeños clavos en el pecho, y eso mismo le pasaba a Arlequín. Juglar por naturaleza, recita para sus adentros: “Nunca pude bailar con sentimiento risueño. Una vez en la arena de un país tropical, alguien me ordenó que detuviese esa danza alocada, no lo hice, y seguí danzando por un rato eterno.

Otro día te vi danzando, cuando todavía las estrellas significaban brillo. Atesoro el recuerdo.

Después mis huesos se detuvieron como caños de plomo viejo y el movimiento se detuvo, expectante, gris.

Hace un rato, congelados están mis huesos, mis manos que antes encendían fuego, mis pies que corrían decididos a ninguna parte.

Ahora: Convencido de que el frío es el camino para que el cuerpo vuelva a moverse, o que simplemente quede estático en la mueca del orgasmo.”

Nadie conoce cómo funciona el corazón de Colombina, pero piensa frente al espejo en los que intentan llegar a su corazón, y los ve como cuerpos frágiles, cuerpos que se repiten, cuerpos que se terminan, inexactos,  perfectamente acabados, brillantes y opacos, como el suyo propio o el de “ellos”, que responden a un interrogante orgánico y poco poético.

Cualquier persona conoce que los sirvientes comen después que los amos, que mastican rencor con cada trozo de ciervo de los que se sirven en la mesa, y beben amargura con cada trago que corre por la garganta. Luego, en la noche, entre las sombras, robarán vino tinto del tonel y rescatarán las sobras de la basura.

Arlequín piensa: lo importante es que por mis venas corra el fuego y no fango insípido.

Pantalón comía y su barba estaba llena de grasa. Miraba suspicazmente a Arlequín y Colombina, percibía en sus miradas tensión y deseos. Le causaba envidia que los jóvenes se amaran. A él se le habían terminado esas miradas.

Las órdenes que daba Pantalón eran muchas y por suerte no siempre se cumplían.

¡Arlequín, las escobas están sucias, a peinarlas y ordenarlas!

¡Colombina, aún no has cortado las 7 flores que mi hija quiere bajo el colchón cada mediodía!

¡Polichinella, cinco de mis vacas no han dado leche esta mañana, no te retrases en contarles esas historias tuyas!

¡Olivetta: Tu niño corre sin chaleco por el laberinto de estatuas! ¡¿Acaso no conoces que es inapropiado para los ojos ciegos de mármol?!

Pantalón no entendía la función que debe tener un amo, simplemente gritaba órdenes. Hasta hace poco tiempo, viajaba con su hija en una carreta llevando cuencos de maderas y zapallos verdes por los pueblos. Su recién nacida burguesía lo atormentaba, lo confundía como una víbora a un ratón.

Confinó a Arlequín al corral de las gallinas. Sus plumas deben de brillar- dijo Pantalón.

El joven de los parches lloró en silencio, solamente vería a su amada por las noches. Tal vez por esa razón rechazó a Olivetta que se le insinuó en la cocina.

La sirvienta planchó hasta tarde ese día, no cenó, ni siquiera se lavó las manos.

Estaba segura que el veneno de ratas que estaba en su vaso iba a hacerla retorcerse de dolor. También estaba segura que a las sirvientas no las despiertan príncipes, ni las cuidan enanos. Su última mirada de orgullo fue hacia la increíble montaña de ropa, limpia y doblada que casi alcanzaba el techo.

Olivetta se fue, como una abeja espantada por un pájaro y, también como un insecto estival, no dejó muchos rastros, aunque esa mañana Arlequín recitó para sus adentros: “¡Me parezco tanto al reflejo que me devuelve el espejo en la mañana! que voy a terminar creyéndole! Debo confesar que, si llegara ese momento, el terror me invadiría. Preferiría seguir mirando el que elijo, lleno de convicciones hechas de piedras imaginarias.”

Colombina se despertaba una hora antes que las siervas de la casa para pintarse los labios más rojos que nadie, su única intención era que Arlequín le ruegue que lo bese. Cuando él la veía comenzaba a sollozar en silencio, tenía el llanto fácil, y ella ¡la boca más roja del mundo!

Ella pensaba en Polichinella como un ser inabordable, inasible, y por esa misma razón le dejaba debajo de la cama una copa llena de vino robada de las bodegas del amo todas las noches.

El pecho de Arlequín se inflamaba de odio y la boca se le llenaba de bilis.

A Polichinella le agradaba dormir bajo la sombra de un espino, nadie podría molestarlo en ese lugar.

Esa tarde soñó que poseía una cabeza  decapitada, la cabeza le hablaba, lo aconsejaba,  se pudría lentamente. Él reflexiona: “aún se puede utilizar unos días. Debería envolverla en un paño, para que los fluidos amarillos que caen de los ojos no manchen el piso y Olivetta no grite como un pájaro gordo”.

La cabeza le explicaba recetas de licores, mientras miraba el cuello de Polichinella y suspiraba.

Lo despertó un pinchazo en el cuello, Arlequín esgrimía una espada aguda, tenía los ojos llenos de rojas venas.

Arlequín, un juglar sacado de las calles, ser endeble y soñador, nunca midió las consecuencias de enfrentarse a un hombre que ya ha perdido todo, para el que ni siquiera la sangre de un contrincante tiene valor, como tampoco tiene valor el placer de verla derramada.

Encontraron el cuerpo en pequeños pedazos finamente diseccionados, casi se podría decir que lucían como parches en la arena.

Colombina gritó de dolor y hasta Pantalón se cubrió el rostro para no absorber la escena.

Esa noche Polichinella dejaba la casa, el deseo de ser correspondido por alguien que no fuera  Colombina había consumido lo que quedaba de su corazón.

Le seducía más correr con fantasmas de niños por la espuma, encontrarse bajo las sábanas con otra mujer que no fuera ella.

Nadie más lo volvió a ver. En su arena encontraron una carta y su máscara.

“En un rato tomaré otro rumbo que indefectiblemente me llevará de vuelta al mismo punto de partida, uno muerto. Pensar que la quietud y la tierra donde yace mi alma hacen la diferencia sería un error. Me pierdo tantas veces en laberintos, que de nada sirve preocuparme, mejor sentarme en el fondo del mar oscuro  y beber lentamente un vino negro en una copa sucia.”


Han sido recientemente editados en Colombia, parte del libro que la dibujante Muriel Frega y yo hemos creado. Se puede visualizar on line desde el site de la editorial.

http://www.comicroad.net/?p=362


Louise Borgeois, “ El retorno de lo reprimido”- Fundación PROA- marzo-junio 2011.

Como un portal o un testigo silencioso, la escultura de la araña en la entrada del PROA, nos previene acerca de la intensidad que concibe la artista su obra. Símbolo de la imagen materna: tejedora, cuidadora de su nido, pero también cazadora y oscura. Continue reading ‘Louse Bourgeois en el Proa’